lunes, 19 de julio de 2010

los telefonos que sonaban y no se encontraban

O mejor dicho, que no sonaban.
Ella siempre había vivido en la calle 42, par.
Tenia un cita. La cita consistiría en pararse en la parte mas alta del puente Derqui, en el punto más alejado de cualquier extremo. Estaríamos hablando del medio. Viernes 5 PM, hora pico , su afán por quedar en la historia y su devoción porque todo se ejecute como lo planeado harían de los miles de autos testigos e involucrados, veamos, si no fuese el verde, seria el rojo, sino el taunuss o aquel palio siguiente, o el siguiente. El plan perfecto.
Pero faltaba la carta suicida.
Esa carta que estremecería a cada uno de los capilares de quien la leyera, esa carta que haría sentir culpable a cada uno de los causantes de su nueva cita. O mejor dicho al causante.
Solo que no se le ocurría, o quizás no se animaba. Tenia las emociones colgando de su lengua, irrigándole cada una de las venas de su cuerpo, pero no podía escribirlo. Así que espero al viernes que se aproximaba y se dirigió, si, al mismísimo puente Derqui.
Llegando justo para las 5, se paro en el medio del puente. Clavo su mirada en el asfalto hasta que los autos no parecían mas que destellos de colores en movimiento y hasta que el sonido simulaba solo un murmullo deformado por el viento. Porque sí, hacia frío.
Comenzó a enumerar las razones por las que debería tirarse, miro al cielo…miro otra vez al asfalto, a los fugaces de colores, inspiro tratando de abarcar la mayor cantidad de aire posible. Y por supuesto no se tiro. Faltaba la carta suicida.
Comenzó a gritar, primero alaridos, más parecidos a aullidos que a gritos, después si, grito como persona normal, comenzó a saltar, girar, alzar los brazos. Y a reír, si a reír.
Miraba el cielo. Ya casi había anochecido. Porque si, hacia frío. Camino, abrazada a sus brazos, bajo del puente y en medio de una calle desolada vio una silueta acercarse, manos en los bolsillos, atuendo negro, zapatos que hacían ruido, capucha, ojos blanquecinos, era un hombre. Miró esos extraños, desconocidos ojos, con casi la misma determinación con la que miró a los autos desde el puente. El color de los ojos como si fuera el color del palio .Fueron 13 segundos de silencio, y siguió.

Como deseó esa noche que la llamara, como deseó atender el teléfono y escuchar esa voz gruesa y empapada que la habría despertado alguna madrugada, en vez de escuchar a la maquinita con voz de promotora idiota diciendo que había ganado un 0km.
Con la melancolía que le causa un café de invierno, con el viento resonar sobre la persiana de esa ventana que jamás arregló, por donde, de cuando en cuando, se filtraba algún diluvio matinal, mientras mirando una imagen perdida en un televisor desteñido por las cuentas vencidas que dejaba entrever, la urgente necesidad de la carta suicida.
Esa noche, no hubo cena.
Recordó con perspicacia, arrancó una hoja al azar de su agenda, y por razón oportuna o no, dejando entrever un mensaje o no, 13 del corriente mes julio.
Agarró una birome del lapicero, de esas Bic con cartucho amarillo, esas que se usaban en el secundario para ejecutar guerras, o para estropear el culo de la profesora Chamorro. Se internó en el dormitorio, cerro la puerta con llave, como si alguna fuerza exterior fuera a abrirla e impedir la acción, se sentó en el rincón más recóndito. Y empezó:

Me siento incapaz ahora. Que tome el valor..
A la mañana siguiente, decidió ir a buscar otra fuente de inspiración, quizás era el día. Café de por medio, tomo el tren de las 11.45, luego el 166, y frente a los patitos contaminados por los humos de la Figueroa Alcorta. Su única expectativa, era que sea viernes.
Pasó cada arduo día de su mísera semana esperando ese maldito viernes y esa cita, que le traería quien sabe que clase de inspiración, para así poder concretar la maldita carta y ejecutar por fin la maldita acción, y olvidarse de todo aquel infierno y de los patitos.

De nuevo en el puente… en la mitad, ni un extremo ni otro, quizás, quizás ese era el asunto. Así que se fue, totalmente amparada por su instinto, hacia la izquierda, hacia ese extremo. Pero... era lo suficientemente bajo como para que su plan se arruine. Esa idea de sobrevivir le parecía aun más patética que la idea de acabar con su vida. Entonces, se dirigió hasta el otro extremo y era... el carril lento, por dios! Camino hastiada hacia la mitad otra vez. Clavo la mirada en el asfalto. Miro al cielo otra vez., como si en ese color metalizado encontraría los ojos de aquel… respiro lo mas profundo que pudo hasta que sus pulmones se llenaron de aire viciado de angustia y alguna clase de remordimiento , miro de nuevo al asfalto, miro al verde, al rojo, al blanco, al rojo otra vez, los miro a todos juntos, como un cardumen de salmones río arriba y esa sangre.
Sala 212 urgencias.

1 comentario:

Barto dijo...

Paraaa vicio!! ya subiste 4!